Cuando pensamos en el concepto espacio público lúdico, lo más probable es que inmediatamente pensemos en los clásicos parques infantiles que a menudo podemos hallar en pueblos y grandes ciudades.
Sin embargo, en una sociedad que premia la seriedad y la adultez es cada vez menos frecuente la aparición de elementos jugables en entornos urbanos y centros educativos que vayan más allá del tobogán, el columpio y el balancín.
Ante esta situación, cabe poner sobre la mesa un planteamiento: es absolutamente necesario que, como sociedad, avancemos juntos hacia una política de juego en entornos urbanos y que reforcemos su inclusión en centros educativos. Los motivos que nos empujan a ello son diversos, y abarcan desde la necesidad de mejorar la salud y el bienestar físico y mental de todos los ciudadanos, empezando por los infantes, hasta la de convertir ciudades y pueblos urbanizados en espacios más pacíficos, accesibles, integrativos e inclusivos para todos.
¿Qué es un entorno lúdico?
Independientemente de la tipología a la que nos refiramos, lo cierto es que cualquier lugar que ofrezca oportunidades para jugar es un entorno lúdico. Sin embargo, es cierto que, como sociedad, todavía asociamos el concepto juego con el de niñez y con el de inmadurez.
Si bien es cierto que las palabras juego, niñez e inmadurez no deberían tener per se una connotación negativa, es innegable que de algún modo se la otorgamos. En consecuencia -y muy injustamente-, también relacionamos el juego con la falta de productividad. Esta suma de factores, en una sociedad que premia el alto rendimiento y que “menosprecia” el ocio, se traduce en que cada vez nos veamos más alejados del juego en los entornos urbanos.
No obstante, los estudios afirman que el juego es un ingrediente esencial para una vida larga y saludable. No en vano, el teórico del juego Brian Sutton Smith afirmó que “lo opuesto al juego no es el trabajo, sino la depresión”, una enfermedad mental que ha aumentado su prevalencia durante los últimos años y que, de hecho, hoy es considerada como la pandemia de la modernidad.
¿Cuál es el papel del juego en la infancia?
En palabras del psicopedagogo Francesco Tonucci: “Un buen juguete es aquel que, sin ser nada concreto, puede serlo todo”.
Para los infantes, el juego es el principal medio de vida y aprendizaje, pues a través de él desarrollan sus capacidades personales y colectivas, así como sus habilidades psicomotrices, a la par que estimulan sus sentidos y se relacionan con el entorno.
Se trata de una actividad experimental, espontánea y creativa que surge de forma libre en el espacio y el tiempo. Por ello, uno de los principales retos de los equipos técnicos que diseñan juegos de nueva generación consiste en una premisa aparentemente sencilla, pero muy difícil de llevar a la práctica: fomentar el riesgo y la curiosidad en el entorno, pero eliminar el peligro.
El concepto de ciudad jugable: ¿una realidad?
Lamentablemente, en la mayoría de las ciudades es cada vez más complicado encontrar espacios naturales e infraestructuras para jugar que vayan más allá del parque, y esto solo erosiona aún más nuestra salud física y mental. En un sistema que ha llegado a considerar el ocio como “algo que debe ganarse” en lugar de un derecho, las ciudades carecen de lugares que sean universalmente lúdicos, atractivos para ciudadanos de todas las edades, clases y habilidades.
Si bien los parques infantiles clásicos actúan como una posible respuesta a este problema, estos no siempre son los mejores ejemplos de juegos accesibles. Las ciudades, pues, necesitan más espacios públicos que sean accesibles, inclusivos y que incentiven el juego.
Así, precisamos más intervenciones en el ámbito público que impulsen el juego y que permitan a los ciudadanos liberar el estrés, “reducir la velocidad” de sus vidas cotidianas, interactuar con los espacios, revitalizarse y rejuvenecerse, celebrando el juego y entendiéndolo como como una necesidad inherente a la condición humana y que no solo no está reñido con la productividad, sino que la potencia.
Los espacios de juego como respuesta al color gris de la vida urbana
El autor de Warped Space, Anthony Vidler, sostiene que el miedo, la ansiedad y el aislamiento son emociones que están íntimamente ligadas a la estética del espacio.
Para comprender cómo la felicidad de las personas puede verse directamente afectada por el entorno local en que se hallan, la aplicación Mappiness (con sede en el Reino Unido) encuestó de forma diaria a sus usuarios lanzándoles una simple pregunta: cuándo, dónde y con quién eran felices. En sintonía con esto, también se les cuestionó cuáles eran sus niveles de felicidad.
Los resultados del estudio fueron sorprendentes. A través de los datos recaudados, se llegó a la conclusión que las personas presentamos niveles más bajos de felicidad en entornos urbanos construidos, en comparación con los entornos naturales. Esta premisa, trasladada al ámbito infantil y reforzada por la psicología ambiental, se traduce en que los niveles de estrés en infantes aumentan cuando disminuye la presencia de la naturaleza en su entorno.
Ante esta problemática, es difícil ofrecer una respuesta uniforme, pues evidentemente como sociedad no podemos deconstruir las ciudades ni sus respectivas infraestructuras. No debemos dejar de lado que los entornos urbanos nos facilitan la vida cotidiana, nos interconectan como sociedad y son la cuna y el motor de nuestro crecimiento económico, por lo que sería una locura proponer eliminarlos del todo.
Tal vez una opción más lógica o razonable sería integrar el juego en la vida urbana y fomentarlo en todas sus formas y escalas, no solo para animar y revitalizar las ciudades, sino también para permitir que jóvenes y adultos puedan “romper el hielo” entre sí, interactuar y divertirse, potenciando la imaginación, la socialización, la lógica y el desarrollo de su autonomía en entornos urbanos más verdes, inclusivos y lúdicos.
Iniciativas como “Barcelona dona molt de joc”, impulsada por el Ayuntamiento de Barcelona, son un claro ejemplo de la clase de política que pretende transformar la ciudad en un espacio dinámico, amable, versátil e integrativo.
De ciudades jugables a patios habitables
Como decíamos, el juego es un elemento esencial en todas las etapas de la vida. Sin embargo, durante la infancia cobra un papel, si cabe, aún más relevante.
En este sentido, el patio del centro educativo no debería verse únicamente como un espacio de recreo, sino que se trata de un rincón de vital importancia para el adecuado crecimiento de niños y niñas: el patio del colegio es el lugar donde los infantes aprenden, crecen, interactúan, observan y, en definitiva, viven una gran parte de su desarrollo como personas.
Sin embargo, a menudo los elementos de juego clásicos que protagonizan los parques y los patios educativos no ofrecen el dinamismo que los infantes necesitan. Por ello, en Gecko Walls apostamos por la creación de patios habitables en los que prestamos atención a los detalles que marcan la diferencia.
Aun conociendo los beneficios de la escalada en centros educativos, no nos limitamos al rocódromo como única forma de desarrollo y crecimiento de los infantes. Así, a partir de un concepto más cuidadoso de la estética, transformamos los espacios verdes de los patios educativos -donde la vegetación, los árboles y las zonas sombrías acogen y protegen a los niños- en rincones mágicos, dándoles la vuelta a los conceptos de jugabilidad y habitabilidad.
De la mano de nuestro distribuidor Galopín Playgrounds, tratamos de construir, de forma armoniosa con el medio natural, una amplísima gama de elementos de juego y materiales didácticos, tan variados como los que puede ofrecer la naturaleza, que permitan abrir las aulas al entorno y explorar otras formas de aprendizaje.
¿Por qué necesitamos que nuestras ciudades y centros educativos sean más jugables?
Definitivamente, es importante que demos un paso más allá y que pensemos en la ciudad como una realidad plurifuncional e integrativa que favorezca el crecimiento interpersonal y el desarrollo de todos sus habitantes, pues, tal y como apunta el sociólogo y psicólogo José Antonio Corraliza, «somos los lugares que habitamos».
Así, debemos apostar por políticas que pretendan crear espacios exteriores e interiores de calidad -y, en la medida de lo posible, que estén creados a partir de materiales naturales para fomentar la sostenibilidad y cuidar el medio ambiente-, pues estos entornos serán los rincones que acogerán a nuestros infantes y les permitirán desarrollarse a través de la imaginación y el juego.
Debemos ser conscientes de la importancia del juego en cualquier momento de nuestra vida e intentar hacer pequeños cambios en los centros educativos, pues en ellos trascurrirá una buena parte de su vida cotidiana, en los espacios urbanos y en los entornos más directos de los más pequeños, para ofrecerles la oportunidad de crecer desde un lugar más amigable y acogedor.
Al fin y al cabo, descubrir el mundo investigando, experimentando, “impregnándose” de vida y conociéndola en todas sus formas; en definitiva, jugando… es una experiencia que todo infante merece vivir.